FILOSOFIAFEROZ

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APUNTES DE FILÓSOFOS IMPRESCINDIBLES

domingo, 22 de mayo de 2011

ZIZEK. ANIMATE

Libros de Onfray y Zizek

ANÁLISIS: PENSAMIENTO

De regreso al orden

MANUEL CRUZ
 
Dos libros de Michel Onfray y de Slavoj Zizek invitan a analizar las nuevas tesis sobre la coherencia, el oportunismo, el triunfo y la derrota
Se lo tengo dicho a mis amigos: "El día que os deis cuenta de que empiezo a escribir un cierto tipo de artículos, por favor, avisadme". La petición tiene que ver con algo que, francamente, empieza a preocuparme. Me llama la atención el hecho de que algunos escritores, por encima de casi toda sospecha, llegados a una edad, empiezan a publicar textos que parecen tener como denominador común una determinada actitud, de imprecisos contornos, pero que si tuviera que definir de alguna manera diría que se halla próxima al conocido "lo que va de ayer a hoy" o, incluso peor, al viejo "dónde iremos a parar".


"El futuro al que deberíamos ser fieles es el futuro del propio pasado", ha escrito Zizek
Compruebo cómo, conforme cumplen años, tematizan ciertos hábitos de la juventud actual, despotrican del lamentable estado en el que queda el centro de las ciudades el sábado por la mañana, tras el paso de las hordas consumidoras de litronas, canutos y todo tipo de sustancias estupefacientes (algunos incluso cargan las tintas aludiendo al lamentable estado que ofrecen las calles de las zonas de copas, cubiertas de cristales rotos, tetrabriks de vino barato y vomitonas de adolescentes), se quejan por el estrépito provocado por el tubo de escape de las motos de esos niñatos, hijos de papá todos ellos, etcétera. De ordinario, los lamentos suelen ir acompañados de una toma de posición definida -inequívocamente progresista, por utilizar las categorías tradicionales, tan en cuestión desde hace ya un tiempo-, para que no haya dudas respecto a de qué lado se está. Y así, se contraponen tales excesos con el legítimo derecho al descanso que asiste a los honrados trabajadores (la mayor parte de los cuales no tiene más remedio que madrugar) o se compara tan regalada vida con la del ciudadano medio, agobiado por deudas, facturas e hipotecas, por citar sólo un par de los maniqueísmos más frecuentes.
Constato igualmente que ese tipo de denuncias -que parecen estar sustituyendo definitivamente a las de carácter político o social, que antes ocupaban casi por completo las páginas de los periódicos- suelen dar lugar de inmediato a una oleada de cartas al director por parte de ciudadanos que se alegran de que, por fin (o, mejor dicho, "¡ya era hora!"), alguien se haya decidido a denunciar tales hechos. Qué quieren que les diga. Todo es correcto, perfectamente correcto, incluso -mal que les pese a los autores- políticamente correcto. Lástima que el contenido de tales denuncias nos suene tan familiar. Tanto que a veces uno llega a pensar, con Michel Onfray, que lleva toda la vida oyendo las mismas cosas, idénticas denuncias, parecidos reproches. Ay, el eterno retorno de lo rancio...
El asunto carecería de mayor importancia si no fuera porque dicha actitud parece constituir el correlato, en materia de costumbres, de un cambio de actitud que también tiene su expresión en materia de ideas políticas y que amenaza con convertirse en hegemónico, un cambio de actitud que tal vez cupiera denominar como de regreso al orden. El caso al que me voy a referir a continuación espero que ilustre la tesis que pretendo señalar. Últimamente, se ha convertido en un tópico muy socorrido de algunos periódicos conservadores el permanente sarcasmo dirigido hacia aquellos que etiquetan como los pijo-progres. No me escandaliza el sarcasmo, quede claro. Incluso estoy dispuesto a aceptar que más de uno se lo tiene merecido (en la ciudad en la que vivo llegamos a tener un alto cargo en el Gobierno municipal que se definía como antisistema, imaginen ustedes). Lo que sorprende es que quienes tanto se afanan en criticar esta caricatura no dediquen nunca ni un segundo a criticar a los pijo-pijos (o pijos pata negra, si se me permite la expresión). Digo que "sorprende" porque lo que los sarcásticos críticos cobijados en la prensa conservadora declaran reprochar a los pijo-progres es la contaminación que han sufrido precisamente de aquellos elementos que más deberían haber combatido, pero no su origen, esto es, la segunda parte del rótulo. Con otras palabras, sobre el papel de lo que se les acusa es de ser inconsecuentes.
Sin embargo, cuando uno se aproxima al detalle de la argumentación acaba dándose cuenta de que se les critica no tanto por haberse pasado al otro bando (el de los pijos, por continuar con esos términos) como por no haber abandonado del todo el suyo, por no haber renunciado por completo a sus viejos ideales. Al pijo-pijo, en cambio, no hay nada que reprocharle ni vergonzoso pasado alguno que recordarle: es, decididamente, uno de los nuestros. He aquí un uso particularmente perverso del valor de la coherencia, entendido como criterio puramente formal. Por lo visto, hemos de admirar a aquel que nunca abdicó de sus ideales juveniles, con perfecta independencia del juicio que estos nos puedan merecer (lo que, según parece, es cosa secundaria).
Frente a quien se comporta así, cualquiera que modifique su punto de vista originario habrá de resultar sospechoso, al margen por completo de que la mudanza responda al genuino propósito de estar atento a los cambios de la realidad para mejor transformarla o al mero oportunismo. No se trata de que nuestro conservador no perciba la diferencia entre ambas motivaciones: es que la misma le trae sin cuidado. Desde lo alto, contempla el espectáculo. Él y los suyos siempre lo dijeron, y ahora piensan que la historia ha terminado por darles la razón: nada puede con el orden existente.
Para todos los demás, son tiempos de derrota ("el futuro al que deberíamos ser fieles es el futuro del propio pasado", ha escrito Zizek). La expectativa de que este mundo fuera capaz de transformarse desde dentro en el sentido de una mayor equidad voló por los aires. Los desfavorecidos que alimentaron tal sueño son juzgados ahora como unos pobres progres trasnochados (no se sabe por qué, el adjetivo favorito de los conservadores). Aunque tal vez peor suerte, si cabe, hayan corrido aquellos otros desfavorecidos que llegaron a creer en la posibilidad de que una supuesta meritocracia les permitiera medrar por su cuenta dentro del sistema, los que confiaron en salir airosos en la desigual batalla de la competitividad generalizada. Infelices: ignoraban que el individualista que vence es un triunfador, pero al individualista derrotado -máxime si viene de abajo- no le queda más estatuto que el de mero resentido.
Política del rebelde. Michel Onfray. Traducción de Marco Aurelio Galmarini. Anagrama. Barcelona, 2011. 328 páginas. 19 euros. En defensa de las causas perdidas. Slavoj Zizek. Traducción de Francisco López Martín. Akal. Madrid, 2011. 480 páginas. 32 euros.
Manuel Cruz, premio Espasa de Ensayo 2010 por Amo, luego existo, es editor del volumen colectivo Las personas del verbo (filosófico), que editará Herder.

jueves, 5 de mayo de 2011

HAYDEN WHITE

Hayden White: “Lean a Marx; él les contará cómo sucedió”

Crisis financiera, calentamiento global y desigualdades son algunos temas de este diálogo con el historiador y filósofo estadounidense, quien hace desde el marxismo una crítica feroz del modelo capitalista. “La historia no se entiende; con suerte se soporta”, ha escrito.

POR Andres Hax

La vida del profesor y filósofo estadounidense Hayden White (1928) es irresolublemente contradictoria y él lo sabe. Es un hombre que dice conocer las verdades espantosas sobre la trágica actualidad del mundo, pero sabe que ese conocimiento no sirve para cambiar nada. Es un hombre que denuncia el capitalismo salvaje y suicida (son sus palabras) y la política del espectáculo, pero sabe que el mismo sistema que denuncia lo ha beneficiado (tiene 83 años y podría pasar fácilmente por 60). Es un hombre de un pesimismo absolutamente negro e inflexible por el porvenir del hombre (hasta tal punto que celebra la eventual extinción de la raza humana), pero a la vez alguien que sonríe y que disfruta de la buena vida (vive mitad del año en Italia) y que goza de una existencia intelectual cosmopolita.
White estuvo en Buenos Aires recientemente como invitado de honor de una ponencia dedicada exclusivamente a él, organizada por la Universidad Nacional Tres de Febrero, y titulada como uno de sus libros: Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica , editado por Verónica Tozzi, que compila varios artículos de White de la última década.
El venerado profesor recibe Ñ en la habitación de un hotel boutique a cuadras de la plaza Vicente López, en el barrio porteño de La Recoleta. Sobre su mesa ratona, delante de una cama hecha improvisadamente por el profesor mismo, rebalsan libros y cuadernos escritos. Usa un arito de oro en la oreja derecha, como los que se pone a los bebés recién nacidos. Su aspecto físico es no sólo impecable, sino también imponente, si se tiene en cuenta que White es un octogenario.
¿Cuándo empezaron a formarse las ideas que se demostrarían en su gran obra teórica, “Metahistoria”? Creo que tiene que ver con mi descubrimiento de Marx. Una vez que uno comienza a tomar conciencia de que en las ciencias sociales, en la filosofía y en la religión lo que estás tratando son varios tipos de ideologías, entonces lo que quieres ir a buscar es la iluminación, la clarificación, desmitificación. Creo que ese es el motivo por cual yo me interesé en las ciencias sociales y la historia. Gente como Max Weber parecían ofrecer puntos de vista desmitificados sobre el mundo. Y creo que todos queremos la iluminación. No queremos vivir en una fantasía; no se puede vivir en la fantasía. La fantasía es necesaria para alimentar al espíritu, pero no es suficiente para manejarte en el mundo.
En su larga historia como profesor, ¿cómo evalúa los cambios del joven estadounidense? El mundo digital ha cambiado todo. Antes intentábamos enseñar a la gente joven a pensar conceptualmente. Pero hoy el montaje y el collage de las imágenes dan una forma diferente de pensar y relacionar los signos con las cosas.
Y esto crea una sensación diferente del tiempo y la temporalidad. Por lo tanto pienso que la generación actual de alumnos no experimenta el pasado como algo arcaico o remoto. Es simplemente otra dimensión exótica que se puede tornar presente con imágenes con gran facilidad.
¿Y cómo se siente frente de estos cambios? Las cosas cambian. Todo cambia. Desesperarse por el cambio no tiene sentido.
¿Considera que este libro que se publica ahora en Argentina es una buena introducción a su obra en general? Un escritor no es el mejor crítico de su propio trabajo. Mi punto de vista siempre ha sido: lo escribes, lo publicas y la gente lo puede usar como le parezca. No me molesta ser interpretado o mal interpretado.
No es común oírle a un teórico esa opinión.
Creo que toda comunicación es comunicación fallada y que los errores creativos son válidos. La interpretación nunca es objetiva. A mí no me interesa la polémica. Mi punto de vista es que hago lo mejor que puedo; si usted piensa que lo puede hacer mejor, hágalo mejor.
Estamos en un momento donde se promueven visiones contradictorias: la humanidad oscila entre la salvación tecnológica y un cataclismo que amenaza borrar la raza humana de la Tierra.
¡Bueno, claro! Eso es por el capitalismo. El capitalismo extraerá todo lo que puede de la tierra para poder producir bienes y promoverá el consumo como un bien en sí mismo. A ellos no les importa el calentamiento global. Ellos asumen que la tecnología traerá una solución. A las corporaciones no les importa. A Mobil Oil no le importa el calentamiento global. Destruirían el universo entero para lograr una ganancia. Este es nuestro problema, no la tecnología. La tecnología es solamente un medio, se puede usar con fines buenos o malos. Pero desafortunadamente, el capitalismo es suicida porque presume de una expansión infinita en una situación donde hay recursos limitados. No puedes tener expansión infinita y recursos limitados. El sueño es entonces que colonizaremos la Luna, colonizaremos el planeta Marte. No creo que eso vaya a suceder. Hasta que logremos regular las corporaciones capitalistas, estamos condenados.
Más de una década después de haber entrado en el siglo XXI, ¿cuál sería su primer boceto de la historia del siglo XX? Es una serie de catástrofes. Hay un comentarista inglés que lo designa: “El podrido siglo XX.” Cuando lo piensas: comienza con la Primera Guerra Mundial; la Gran Depresión; la Segunda Guerra Mundial; la Guerra Fría; después toda una seguidilla de guerras. Los Estados Unidos estuvieron en guerra por 56 años. Es el primer país capitalista y el capitalismo significa guerra. Esa es la forma más rápida de consumir los bienes y de crear demanda. El siglo XX fue el triunfo del capitalismo, la destrucción de la Tierra y el uso de la tecnología para generar ganancias en vez de proveer las necesidades de los seres humanos y los demás animales y plantas sobre la Tierra.
Dado ese sentimiento, ¿cómo se siente viviendo en el corazón de la bestia? Es exactamente eso. Los Estados Unidos son el gran villano de este cuento, porque han empujado el proyecto capitalista hasta su máxima expresión. Ahora es una sociedad que se dedica nada más que a la producción de desechos. Produce más basura, más desechos atómicos y orgánicos. ¡A tal punto que ya no saben dónde ponerlos! Han estado tirándolos en Africa –¿sabía eso?– ¿Qué van a hacer con los desechos atómicos? Los están enterrando en cuevas del sudoeste del país, en Nuevo México y Arizona: pero esta cosa no se desintegra por 10.000 años. Va a estar allí envenenando el agua potable y la tierra. O lo tiran al mar. Destruyen ríos… Sin pensarlo. ¡Y lo saben! ¡Saben lo que están haciendo! Esto es una de las razones de que el marxismo sea más fuerte entre los intelectuales de los Estados Unidos que en cualquier otro lugar del mundo. Vemos los efectos del capitalismo. ¡También nos beneficiamos! ¡Mírame a mí! Soy sano. Y eso es porque los ricos siempre se protegen a ellos mismos. ¡No les importa el calentamiento global! Se compran otra casa en un lugar donde estarán a salvo.
Hay muchas personas que afirman que el marxismo ya no sirve para explicar el mundo.
La reciente catástrofe financiera demuestra lo contrario. Todo el mundo decia: “¿Cómo pasó esto? ¡Cómo puede ser!” ¡Que lean a Marx! El les contará cómo sucedió. Cualquier persona de la izquierda vio claramente y de antemano lo que estaba sucediendo con la creación de las deudas hipotecarias. Los ejecutivos de Goldman Sachs o cualquier otra casa financiera, si les preguntas te responden: “El juego es así.” Y el Estado es cómplice. El gobierno de los EE.UU. no está haciendo nada para la gente sin trabajo o para las personas que perdieron sus hogares. Han salvado los bancos y las instituciones financieras. A hora la brecha entre los ricos y los pobres en los EE.UU. es así: un 1% de la población controla más del 90% de la riqueza del país. Esta es la distribución de riqueza más desbalanceada en la historia del capitalismo. Antes la idea era que el libre mercado permitía que cualquiera pudiera jugar; pero, obviamente sabemos que no puedes jugar sin los recursos. Si yo juego en el mercado bursátil con cinco mil millones de dólares no es lo mismo que si lo hago con mis ahorros de unos miles de dólares.
¿Es posible que esta desigualdad lleve a una revolucion popular como hemos visto en los países del norte de Africa al comienzo de este año? No. Es imposible. Porque el Estado tiene todo el poder, tiene todas las armas. Ya no puede haber más revoluciones populares. Salvo en el Tercer Mundo, en Ruanda o Namibia. Mira, antes que nada: imagínate que quieres hacer una revolución y quieres destruir a General Motors. ¡General Motors es una empresa internacional! ¿Dónde voy para destruir a General Motors? La ataco en Detroit, pero eso no haría gran daño a la empresa. Esta todo terciarizado por todo el mundo. Y lo mismo vale para el Estado. El Estado está donde sea que el poder del Estado reside. El Estado es Mobil Oil, por ejemplo. Y uno sabe perfectamente qué pasa cuando hay una amenaza terrorista en Washington: ¡el gobierno se va! Tiene búnkers subterráneos… Se ve sano, tanto en cuerpo como en mente. Parece feliz. Pero esa imagen es totalmente contradictoria con lo que piensa sobre la realidad del mundo. ¿Cómo sobrelleva esa tensión? Imagínese que el calentamiento global lleva a la destrucción de la raza humana. ¡Sería bueno para la Tierra! La gente me pregunta, ¿Por qué eres tan pesimista? Y yo respondo: No soy pesimista. Soy optimista. ¡Creo que la raza humana por fin se morirá! ¡Será muy bueno para el planeta! Es la especie humana la que está destruyendo el planeta. ¡No son los perros los que lo están destruyendo! Desde el punto de vista de la evolución darwiniana, es bueno que las especies se extingan. Es algo necesario para que siga en marcha el proceso evolutivo.
¿Se considera usted un nihilista? Sí. Un nihilista en la ontología, un anarquista en la política. No tengo nada de esperanza o fe en el sistema político o el sistema económico.