FILOSOFIAFEROZ

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APUNTES DE FILÓSOFOS IMPRESCINDIBLES

sábado, 14 de noviembre de 2020

EL ÚLTIMO MEDIEVALISTA: ANTONIO TURSI

 

Aprendí a distinguir en los años que llevo como doctorando entre un profesor de filosofía y un filósofo. Antonio Tursi cumplía esos dos requisitos. El primero como didacta y el segundo porque su filosofía de la Edad Media era como estar hablando con un amigo en una mesa de café. Eso era lo que lograba, en el entusiasmo, en la pasión del conocimiento, en transmitir las cosas simples. Fue el primero que me dijo que poco teníamos en estos tiempos que ver con los griegos. Nosotros derivábamos en nuestra cultura, nuestros conflictos, de la  Edad Media. Había sido  Erich Fromm, quien me venía haciendo pensar en esos temas cuando analizaba el nacimiento de la burguesía por el siglo XVI, el proceso del capitalismo y las psicopatologías que Freud nos permitió sacarlas de lo biológico a partir del siglo XIX. Pero Tursi me había dado la llave, de entender cómo se entrelazan etapas, fases, y bajar el idealismo platónico, con que están inundadas nuestras Academias. El mundo griego de filósofos nos permitió entender el nacimiento de occidente, pero mucho de los que padecemos en otros niveles (es decir no solo el goce estético, y del ‘amor a la sabiduría’), solo se puede comprender si se analizan los poderes que se comienzan a constituir en el Medioevo. Sea religioso, político o estético.

Lo conocí en el doctorado de Filosofía de la Universidad de Lanús, donde habíamos llegado varios psi, de la UBA. Una de las cursadas las daba en Historia de la filosofía, donde veíamos a los griegos clásicos y después queda poco para ver Agustín,  Jerónimo, Porfirio, los neoplatonistas, Tomás y nos quedábamos sin tiempo para seguir. Latín, era otra de las materias que Antonio daba en el doctorado pero no la podía cursar por mis horarios de trabajo que no coincidían. Me hablaban maravillas, ya que no solo era un gran traductor, sino que era un exquisito lector de autores medievales: literatura, filosofía e historia.  Luego confirmaré todas las traducciones que hizo, y que nunca publicó en un libro.

En estas cuestiones de las cursadas, y mis tiempos de trabajo clínico o docente, perdía la regularidad, pero era un una especie de renovada alegría volver a re- cursar con él. Esta vez lo recuerdo más claro, los sábados a la mañana en el campus de la UNLa. Lo veía aparecer con un café en la mano y saludarnos como uno más que se juntaba a esas mesas en el parque; nos íbamos al aula, y con ese gesto que para mí tenía del actor Walter Vidarte, comenzaba encendido a explicar Agustín.  Para quienes nos educamos en escuelas católicas, nos permitía desentrañar muchos misterios de la Iglesia y la trascendencia. La sólida formación de Tursi, permitía ir y volver. No era esos profesores que no aceptaban que los interrumpan: era de aquellos que sabían que podían captar la atención del alumno y seguir pensando juntos.

Me acuerdo que lo traía en auto de Lanús al centro, cuando terminaba la clase. Bajaba en el Obelisco y se tomaba el subte. Mientras volvíamos para Capital el diálogo era más simple aún. Me enteré que había estado como bibliotecario en el Colegio Máximo de San Miguel y recordaba a algunos que yo conocía. Allí había estado como jesuita, un compañero de secundaria que se hizo cura. Hablábamos de libros y una vez le regalé uno de mis libros que escribí por ese tiempo.  Había estado en Italia, donde le decía que tenía un homónimo  que creo que era filósofo. Le gustaba el cognac Napoleón y no podía faltar hablar de buenos vinos.

Había dejado de ser profesor en donde lo conocí, pero igual seguíamos comunicados por mail. Le pedía orientación de autores y libros. Creo que haber cursado Medieval, fue una gran introducción a otros temas que seguí desarrollando en mi campo de investigación sobre el nacimiento de la ciencia en la Edad Media, en Aristóteles- ya no visto por los Latinos-  sino por árabes. Me envió un libro que andaba buscando  sobre Aristóteles traducido por los árabes, y la ciencia que había crecido desde Bagdad, para llegar a Europa. Ya estaba de director de la carrera de Filosofía en UNSaM, y como andaba haciendo guardias en el hospital ex Castex, por San Martín, me invitaba a visitarlo los miércoles que tenía más tiempo. No pude llegar nunca.

Luego lo busqué otra vez por mail, por conocidos y no lo podía hallar. Esta vez era para ubicar ‘Las cruzadas vista por los árabes’, un excelente libro que él nos había recomendado o que vimos en su materia. No lo podía ubicar. Hasta que me confirmaron la mala noticia: “No soportó la quimio”, simplemente me dijeron y comprendí porque no podía hallarlo.



Hubo un homenaje en la UNSaM, hecho por sus alumnos, amigos y docentes que lo conocieron. Lo recordaron tal como lo he conocido: con sus anécdotas, su erudición. Me recordaba mientras escuchaba las voces por Zoom, que lo llamaba: “Eminencia”, y lo imaginaba por los pasillos de alguna abadía llevando libros y papiros para traducir del griego. Cada vez que lo encontraba le decía en Latín: “Vocatus atque non vocatus…”. Me hicieron recordar que en esos viajes del sur al centro, le había pedido que fuera mi director de Tesis. Estaba leyendo Hannah Arendt  y me enteré que su tesis era sobre San Agustín. Con esa generosidad que lo caracterizaba, Antonio, un día me trajo fotocopiada esa Tesis. Espero que en la última Universidad que estuvo, armen unas ‘Jornadas  Antonio Tursi’, para seguir teniendo presente su memoria.

Carlos Liendro

 





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