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APUNTES DE FILÓSOFOS IMPRESCINDIBLES

domingo, 29 de noviembre de 2015

viernes, 27 de noviembre de 2015

André Glucksmann: "El 11 de septiembre fue una declaración de guerra universal"

André Glucksmann: "El 11 de septiembre fue una declaración de guerra universal"
Especialista en Descartes, Clausewitz y Dostoievski, ha escrito obras clave contra los totalitarismos, la guerra y las amenazas que pesan sobre las sociedades libres

P: ¿Cómo cambió el 11-S nuestra visión del mundo?
R: Nos ha obligado a comprender que todos somos víctimas potenciales. Entre las víctimas había gentes de muchas nacionalidades, cuyo único delito era el de ser civiles que vivían en libertad. El terrorismo ha tomado proporciones planetarias. La amenaza es hoy universal. El 11-S fue una declaración de guerra universal. Los terroristas de hoy saben que pueden matar a decenas, centenas, millares y quizá decenas de millares de civiles.
P: La guerra y la posguerra iraquí, ¿no ha desenterrado nuevas amenazas terroristas?
R: A mí me hubiera gustado que fuera posible eliminar a Sadam sin recurrir a la guerra. Pero Sadam encontró ayudas inesperadas en los países que intentaron frenar la presión militar, haciendo la guerra inevitable. La desaparición de una tiranía criminal me parece una cosa positiva. El terrorismo, la tortura, la esclavitud, legitiman la acción militar contra esas plagas espantosas. El atentado del 29 de agosto pasado, en Bagdad, fue una suerte de 11-S contra la ONU. Días más tarde, el atentado contra la embajada de Jordania fue un 11-S contra los estados árabes moderados. A continuación, el atentado de Nadjaf, la profanación de la mezquita de Ali y el asesinato del ayatolá Hakim fue un 11-S contra los chiíes. Los partidarios de Sadam y los de Ben Laden son nihilistas terroristas de la misma especie. Las primeras víctimas son siempre los más humildes, las poblaciones civiles de las ciudades iraquíes, donde los terroristas intentan evitar la creación de un Estado de nuevo cuño.
P: Hay quienes comparan el hostigamiento que sufren las tropas aliadas en Irak al sufrido por el ejército de Napoleón, en España, reflejado en los Desastres de la guerra de Goya. Una guerra entre un ejército regular y partidas de combatientes irregulares...
R: La comparación no me parece del todo oportuna. Las tropas aliadas desean y terminarán imponiendo un régimen libremente elegido por los iraquíes. Hoy se manejan dos definiciones del terrorismo y el terrorista. Los autócratas, los tiranos, dicen que son terroristas los combatientes irregulares que combaten a sus ejércitos. Esa era la definición de Hitler contra la resistencia francesa, o la de Putin contra la chechena. Hay otra definición del terrorista, que yo prefiero: un hombre armado que ataca a hombres desarmados y poblaciones civiles, sembrando el terror con matanzas indiscriminadas, donde las primeras víctimas son los civiles desarmados. Los ejemplos clásicos son bien conocidos: Guernica bombardeada a la hora del mercado, las Torres Gemelas atacadas cuando la gente estaba trabajando, Varsovia arrasada por Hitler, Grozny arrasada por Putin, Halabja gaseada por Sadam. En Irak y fuera de Irak esa es la primera amenaza, sombría.
P: Usted compara el terrorismo de nuestro tiempo con la peste descrita por Tucídides en su historia de la guerra del Peloponeso. Peste que terminó por convertir Atenas en un campo de cadáveres y que, en verdad, también era una enfermedad del espíritu.
R: En cierta medida, la peste intelectual, hoy, es aliarse contra los americanos, para intentar favorecer alguna forma de derrota. Aliarse con Putin, que practica el terrorismo de Estado, en Chechenia. Aliarse con los autócratas chinos, que colonizan el Tibet. Se trata de alianzas inmundas.
P: El cinismo diplomático de los Estados es una realidad histórica universal. Sin embargo, la peste y la amenaza terrorista quizá tengan una «patología» menos racional, más nihilista. Los Estados defienden sus intereses. Los terroristas quieren destruirlo todo.
R: Efectivamente. La peste como símbolo de una patología tiene dos grandes modelos literarios. El modelo descrito por Albert Camus. Y el modelo descrito por Tucídides y Lucrecio, que nosotros podemos percibir como una epidemia universal. El terrorismo universal de hoy tiene esas proporciones devastadoras. Y no nace de esta o aquella guerra, de este o aquel conflicto. El peligro inmediato es ceder al pánico y ocultar la dura realidad de sus desafíos sin fronteras. Se trata, en definitiva, de un combate esencial entre la civilización y el terror. Si no conseguimos frenar esa peste internacional, todos, pobres y ricos, terminaremos por ser ejecutados de alguna manera. El terrorismo debe combatirse material y espiritualmente. Se trata, al mismo tiempo, de una batalla de ideas y de una prueba de fuerza, policial, militar, en muchos terrenos. Y en esa batalla se juega nuestro futuro de hombres y sociedades libres.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Por qué combatimos?

(abril del 2011)
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Las primaveras de los pueblos tropiezan inevitablemente con la fuerza de las armas. Así ocurrió en 1848, cuando las insurrecciones europeas tuvieron que doblegarse ante el fuego de los ejércitos imperiales. Ese fue el destino de Budapest, en 1956; Praga, en 1968, y Tiananmen, en 1989. Y ese estuvo a punto de ser también el de las revoluciones árabes cuando Gadafi decidió dar ejemplo e imponer el orden a cualquier precio. Hoy está en juego la supervivencia de los manifestantes libios, el futuro de las rebeliones por la libertad en el sur del Mediterráneo y el porvenir de los derechos humanos en todo el planeta. Sabemos que las autoridades comunistas chinas, inquietas, censuran cualquier referencia a las revueltas de Túnez y El Cairo, mientras que los editorialistas rusos se interrogan sobre la posibilidad de un contagio que Gorbachov considera posible y, curiosamente, el Kremlin teme como a la peste. La intervención internacional en Libia es crucial; una parte de nuestro futuro se decide aquí y ahora.
La guerra de Libia es de las necesarias: se decide el futuro de las rebeliones árabes por la libertad
Alemania intenta imponer a Europa su quisquillosa inacción
Toda guerra es despiadada. Un muerto es un muerto. Para quien no se atribuye el poder de resucitarlos no hay guerra justa. Toda guerra implica riesgos: por muchas precauciones que se tomen, los daños imprevistos son moneda corriente y los ataques aéreos, por muy escrupulosos y precisos que sean, no pueden preservar a todos los civiles que aguardan en tierra. ¡Vayan a explicarle a una víctima colateral que es justo que la masacren! No, a menos que pretenda tener la sabiduría y la omnipotencia de un dios, nadie puede decretar que una guerra es justa. Solo hay guerras necesarias o innecesarias. Para evitar lo peor, a veces uno se permite lo malo. Para impedir la masacre anunciada en Bengasi y los "ríos de sangre" prometidos a sus 700.000 habitantes, la ONU autorizó la intervención aérea que reclamaban Francia y Reino Unido, Nicolas Sarkozy y David Cameron. Los pilotos franceses, los primeros en despegar, levantaron el asedio de Bengasi. En efecto, no hay bombardeos "justos", pero sí los hay necesarios, cuando se trata de proteger a un pueblo en peligro (resolución 1973, marzo de 2011).


Algunos, entre los que me cuento, piensan: "¡al fin!". ¿Cuántas hecatombes hemos permitido que se perpetrasen para terminar lamentando no haberlas impedido? ¿Cuántos Guernicas, desde el crimen franquista y nazi ilustrado por Picasso? Cada generación puede desgranar sus cobardías, hilvanando una tras otra no-intervención; enumerarlas todas es misión imposible. Por ejemplo, desde la caída del Muro, para los europeos, está Srebrenica; para la comunidad internacional en su conjunto, Ruanda -10.000 tutsis ejecutados cada día durante tres meses-. La resolución 1973 no garantiza en modo alguno que nunca vuelva a producirse una carnicería así, sino solamente que será más difícil aceptarla. Ya nadie es completamente rey en su casa: el argumento de la soberanía absoluta, que dejaba las manos libres a los tiranos para erradicar a su antojo a los ciudadanos de su coto particular, está seriamente inutilizado. He aquí una gran primicia geopolítica: el derecho universal a vivir y a sobrevivir se alza por encima del derecho soberano a matar.
Otros gruñen y hacen como que no comprenden. Con su inusual abstención, los rusos y los chinos, en vez de bloquear el Consejo de Seguridad, esperan febrilmente que los salvadores se estrellen. Como de costumbre, el más irritable es Vladímir Putin, que, retomando palabra por palabra las alegaciones de Gadafi, denuncia una "cruzada medieval" y luego derrama como este lágrimas de cocodrilo sobre las vidas inocentes destrozadas por las bombas occidentales.
El otro pilar de la tandemocracia, el presidente Medvédev, estimando que semejante ultraje perjudica los intereses internacionales de Moscú, desaprueba un vocabulario que, sin embargo, la vox pópuli rusa aprueba en un 70%. Mientras el santurrón del KGB-FSB recomienda a los occidentales que rueguen "por la salvación de sus almas", la ONG Memorial, que, por lo que se ve, tiene mejor memoria que él, le recomienda valientemente que se preocupe de su propia salvación: "Aparentemente, Putin ha olvidado por completo lo que ha hecho en su país y su responsabilidad en estos trágicos acontecimientos. El primer ministro debería rogar por su propia alma".
No solo Vladímir Putin sabe lo suyo de cruzadas -los carros de combate que irrumpían en la Chechenia musulmana eran bendecidos previamente por los popes rusos-; no solo destaca en materia de bombardeos (masivos, en este caso, pues redujeron Grozny al estado de la Varsovia de 1944), sino que ha descifrado correctamente hasta qué punto la condena de Gadafi salpica sus hazañas caucasianas.
Los hay también que ponen mala cara, se muestran reacios a comprometerse y prefieren contemplar de lejos el vuelo de los aviones. A su cabeza, una Alemania que heredó de la antigua República Federal de Bonn su estatus de gigante económico y enano político.
Uno se limitaría a sonreír o a burlarse si, hoy reunificada y convertida en la potencia próspera de la Unión Europea, Alemania no tendiese a imponer a los demás la norma de su quisquillosa inacción: el uso de la fuerza puede llevarnos a patinar o a estancarnos; dejemos pues, que los exterminadores exterminen a sus anchas. De modo que Europa les vende armas a los déspotas, ¡pero se compromete a no utilizarlas contra ellos! La moral está a salvo y el comercio, también. Olvidemos la irónica sabiduría de Clausewitz cuando señalaba cómo el que quiere establecer o restablecer su dominación se presenta como "amigo de la paz" y estigmatiza a quienes se oponen a la tiranía y defienden la libertad como "perturbadores de la paz".
La apuesta de la resolución 1973 es tanto más fundamental en cuanto que ha quedado precisamente delimitada. La intervención armada apunta únicamente a proteger y no a desembarcar, invadir, instaurar una democracia o construir una nación. No se trata de actuar en lugar de una población, sino solo de permitirle decidir su destino por su cuenta y riesgo. Para eso había que restablecer el equilibrio de fuerzas, anular el poder devastador que confiere la tecnología moderna del armamento a unos dictadores sin moderación frente a quienes se manifiestan con las manos desnudas.
El ejemplo libio es un caso particular. Su éxito no está garantizado ni es fácilmente exportable. Hay que distinguir los regímenes policiales y corruptos, como los de Ben Ali y Mubarak (véase el excelente Printemps de Tunis, de Abdelwahab Meddeb, Ediciones Albin Michel, marzo de 2011), y el poder terrorista, totalitario y ubuesco de Gadafi. El siglo está lejos de haber terminado con los dictadores que tienen las manos manchadas de sangre. Que no olviden, sin embargo, que la "necesidad de proteger" a las muchedumbres desarmadas pende sobre sus fechorías cual espada de Damocles.
André Glucksmann es filósofo. Traducción: José Luis Sánchez-Silva.

ANDRÉ GLUCKSMANN


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André Glucksmann, uno de los filósofos estrella que se dieron a conocer con el mayo francés de 1968 y que desde entonces se convirtió en un intelectual comprometido y denunciador de los totalitarismos, murió anoche en París, a los 78 años.
"Mi primer y mejor amigo ya no está. Tuve la suerte increíble de conocer, reír, debatir, viajar, jugar, hacer todo y no hacer nada con un hombre tan bueno y tan genial. Mi padre murió anoche", anunció este martes su hijo, Raphael Glucksmann, en su cuenta de Facebook.
Enfermo desde hace varios años, "tenía varios cánceres, y luchó mucho", dijo a la AFP uno de sus editores.
El filósofo, en un primer momento maoísta, rompió espectacularmente con el marxismo a mitad de los años 1970, al denunciar el gulag soviético y la tragedia de los "boat people", que huían del Vietnam comunista. Uno de sus libros más conocidos resume esa ruptura y ese nuevo compromiso.
En "La cuisiniere et le mangeur d'homme" (La cocinera y el devorador de hombres), editado en 1975, Glucksmann explicaba que "el marxismo no produce sólo paradojas científicas sino también campos de concentración", una afirmación que cayó como una bomba entre una intelectualidad francesa muy permeada por el marxismo.
Catalogado como uno de los "nuevos filósofos", junto con Bernard-Henri Lévy y Pascal Bruckner, principalmente, no dejó de denunciar junto con ellos la ideología comunista, que por entonces dominaba gran parte del mundo y atraía a numerosos intelectuales.
"André Glucksmann fue sobre todo el que le dio el golpe definitivo a la ideología comunista en Francia", recuerda Pascal Bruckner.
"André Glucksmann llevaba en él todos los dramas del siglo XX. (...) Impregnado por lo trágico de la historia tanto como por su deber de intelectual, no se resignaba a la fatalidad de las guerras y las masacres. Siempre estaba alerta y a la escucha del sufrimiento de los pueblos", señaló en un comunicado el Palacio del Elíseo.


"El presidente (Francois Hollande) saluda su memoria y dirige a su familia y a sus allegados sus sinceras condolencias", agregó el parte de prensa.
También el primer ministro francés, Manuel Valls, tuvo palabras de recuerdo para el filósofo a través de su cuenta de Twitter: "La indignación, el destino de los pueblos, el rigor del intelectual: André Glucksmann guiaba las conciencias. Se echará en falta su voz".
Nacido el 19 de junio de 1937 en Boulogne Billancourt, una ciudad limítrofe con París, de padres judíos de origen austríaco, era asistente del sociólogo Raymond Aron cuando se produjeron las revueltas estudiantiles de 1968, en las que participó activamente.
Pasó de ser un militante maoísta defensor de la llamada Revolución Cultural llevada a cabo en China a romper con el marxismo y a denunciar los crímenes de los regímenes comunistas. En 1979, junto a Raymond Aron y al padre del existencialismo, Jean-Paul Sartre, se puso en cabeza de una iniciativa para acudir en ayuda de los refugiados que huían de Vietnam con la victoria allí de los comunistas en la guerra. Miles de esos refugiados fueron acogidos entonces por Francia.
Muy activo en los movimientos anticolonialistas, en los años 1980 su viraje ideológico se orientó a lo que a menudo es considerado el atlantismo, y defendió la intervención de la OTAN contra la Serbia de Milosevic en 1999, para defender a la minoría kosovar.
Igualmente defendió la intervención de la Alianza Atlántica en Libia, destinada a terminar con el régimen de Muamar Kadafi, y apoyó siempre la causa chechena frente a Moscú.
Defendió la intervención de la coalición liderada por Estados Unidos contra el Irak de Saddam Hussein en la primera Guerra del Golfo en 1991.
A comienzos de 2007, manifestó su apoyo en favor de Nicolas Sarkozy en la campaña que llevaría al líder conservador a la presidencia de la República (2007-2012). Posteriormente se alejó de él por la proximidad que mantuvo Sarkozy con el presidente ruso, Vladimir Putin, cuya política -en particular en Chechenia- había denunciado repetidamente.
(Agencias)